miércoles, 13 de mayo de 2009

Pensar el presente (*) por Daniel Lesteime

Lo gravísimo de nuestra época grave es que todavía no pensamos
Martín Heidegger







Tal vez la opacidad sea la característica distintiva de esta actualidad que atraviesa nuestra experiencia. Opacidad que echa por la borda el viejo ideal ilustrado desde el cual se creía en un paralelismo entre orden político y progreso social. Hoy las grandes verdades desde las cuales la modernidad construyó su edificio parecen desbordadas, desfondadas; sólo quedan restos, escombros de aquel proyecto.

En el viejo ideal ilustrado que se teje en la modernidad, el sujeto es pensado como aquél capaz de romper las cadenas que, según Kant, lo atan a una “persistente minoría de edad” en el orden del pensamiento, producto de la comodidad y la cobardía, pues dar ese “salto” que implica asumir la mayoría de edad significa nada mas y nada menos que “atreverse a pensar por uno mismo”.

Esta imagen es la que desde nuestra mas temprana socialización nos ha sido dada como el ideal a conseguir. En tal sentido, la escuela –a pesar de sus espurios orígenes1- tal vez sea el espacio público desde el cual se levantó este ideal como bandera, enunciando grandes aspiraciones como la formación de ciudadanos críticos, participativos, creativos y con espíritu democrático.

Este ideal impregnó fuertemente el discurso pedagógico desde los `90 mientras, por otro lado, asistíamos al vaciamiento de su sentido y al desguace del sistema escolar2. Dobles discursos que se corresponden con las múltiples morales que nos habitan y a las cuales adscribimos.

En este cruce, la educación resulta una paradoja: por un lado se espera de ella la “cura” a todos los males sociales y, por el otro, se la abandona a su suerte, considerándola casi como una antigualla, un objeto vetusto e inservible.

Para algunos pensadores contemporáneos este tiempo se define posmoderno. Ahora bien, ¿qué es eso de la posmodernidad? Mucho se dice de ella y pocas veces con el debido rigor.
El término posmodernidad, creado en el ámbito de la arquitectura, es tomado por el filósofo francés Jean Françoise Lyotard, quien en la década del 60 comienza a reflexionar sobre la conformación de una nueva conciencia de época, caracterizada por una exacerbación de la idea de individuo, la caída de los grandes relatos que rigieron la modernidad: la historia como telón de fondo, el Estado y la política como elementos capaces de asignar un orden, la moral y la religión como factores estructurantes de un único ideal a seguir, entre otros.

Ahora bien, la posmodernidad se puede definir –según Lyotard- como la “conciencia melancólica” 3 de que las promesas de la modernidad (de progreso indefinido, orden social, racionalidad absoluta y moral universal) no se han cumplido.

Por otra parte, la posmodernidad no constituye una época histórica en el sentido historiográfico del término pues surge en la edad contemporánea como “conciencia de época” y abre un debate en el campo de la filosofía; quienes la niegan, en el sentido de que consideran que el proyecto moderno aún no ha concluido discuten con quienes sostienen que estamos viviendo una nueva conciencia epocal. En tal sentido, cabe recordar el debate entre el filósofo alemán Jürgen Habermas y Lyotard.

Desde nuestra perspectiva, la posmodernidad constituye una ruptura con la modernidad en tanto que a partir de ella podemos encontrar una nueva episteme, en el sentido en que Michel Foucault la define: como las condiciones de posibilidad históricas en que se configuran las verdades de una determinada época. Por lo tanto, podemos hablar de una nueva subjetividad centrada en la noción de individuo, de unos valores que rompen con la noción de un proyecto común y de prácticas sociales que no se definen ya por su “esencia” sino por el juego de poder en que se sitúan para poder construir verdad.

Mucho se habla hoy de “crisis de valores” o de falta de ellos. Padres y docentes nos “desgarramos las vestiduras” confrontando nuestra experiencia del pasado con las configuraciones identitarias que asumen las nuevas generaciones. Hay programas de educación en valores en diversos ámbitos: escuelas, iglesias y hasta en diferentes medios masivos de comunicación. Las escuelas enuncian vocingleras su ideal de formar ciudadanos democráticos y librepensadores. Lo cierto es que nada parece mellar las conciencias de adolescentes y jóvenes “posmodernos”; muy por el contrario, el choque generacional resulta un abismo y termina clausurándose toda posibilidad de verdadera comunicación. Habría que preguntarse, en todo caso, a quiénes pone en crisis la tan mentada “crisis de valores”. Es que tal vez esta no sea más que una muestra de lo que se construye en otros dominios del campo social donde la opacidad está a la orden del día y donde “posmos” somos todos.





1.Cabe recordar que la escuela es un invento de la modernidad. Creada al servicio del desarrollo industrial dada la necesidad de disciplinar a los futuros operarios del sistema de producción capitalista en pleno proceso de expansión.
2.Sería injusto no recordar que en nuestro país este proceso se inició a fines de los `60 y se configuró plenamente durante los años de la última dictadura militar, con aportes de pedagogos como el franquista y archicatólico Víctor García Hoz, entre otros, quienes pregonaban la idea de una “Educación Personalizada”, que pudiese “formar integralmente a la persona humana”. Cfr. Kaufmann, Carolina y Doval, Delfina, Una pedagogía de la renuncia. El perennialismo pedagógico en Argentina (1976-1983), Paraná, UNER, 1997.
3.Cabe recordar que un siglo atrás Nietzsche se anticipaba al preguntarse: “¿Quién ha tomado la esponja que nos ha borrado el horizonte?”

(*) Artículo publicado en http://www.goyaopina.com.ar


Datos del Autor
Daniel Lesteime
Licenciado en Filosofía - Profesor en Filosofía y Pedagogía y en Ciencias Sociales - Especialización y Maestría en Metodología de la Investigación - Doctorado en Filosofía - Catedrático del Instituto Superior Goya y de la UCP - Investigador de la UNLa.